Autor: Paula Varga
Temática: General
Descripción: Cuando me sucedía esto, lo único que parecía resultar era nadar hasta quedar exhausto, pero cada vez me ocurría con mayor frecuencia. Notaba que mi cuerpo era una bomba de relojería y estaba a punto de estallar. Me dirigía al instituto cuando la vi esperándome al final de la acera donde se encontraba su casa, aunque lo estaba deseando no era el mejor momento para verla, ella había tenido parte de culpa en mi actual estado de ánimo y no quería ser brusco con ella. —Hola Leo —me dijo entusiasmada. —Buenos días Eva —la contesté en un tono que rallaba con el sarcasmo. —¿Qué te sucede? ¿Has pasado mala noche o qué? —Me preguntó con su angelical sonrisa y al contrario que yo, en un tono demasiado amable para lo que merecía. —Mejor no hablemos de eso —volví a contestar de mala gana. —¡Pues vaya humor tenemos! ¿Te levantas así todas las mañanas? ¿O este humor me lo dedicas a mí en exclusiva? —Dijo arqueando una ceja mostrando así un rostro de lo más cómico. —Sí, es por ti —dije con sinceridad, pero sin duda ella no se lo creyó. ¿Por qué iba a pensar ella ser culpable de mi mal humor? Desconocía por completo mi situación y mis dificultades para calmarla. —¿Pues sabes lo que te digo? Peor para ti, porque hoy tendrás que soportarme incluso después de clase. —No veo la razón para que afirmes tal cosa. —¡Ah no! Si no recuerdo mal, hemos quedado para empezar con las clases de filosofía. —¿En serio? ¿Cuándo? —Pregunté haciendo memoria, no recordaba que hubiésemos quedado hoy. —¿Tu no me escuchas? O ¿aparte de tus piernas también tienes resentido el cerebro? —Dijo riéndose. —¡Qué graciosaaaaaaaaa! ¿Tú no te cortas un pelo no? —Fingí molestia por sus palabras—. Sé que me dijiste que me ayudarías, pero no que empezásemos hoy. —Bueno, pero hoy es un día tan bueno como otro cualquiera para empezar, y no creo que retrasarlo vaya a ayudarte demasiado. Y si no seguimos caminando vamos a llegar tarde al instituto. —¡Pues vas lista si quieres que yo camine! —Había conseguido contagiarme de su alegría con sus palabras. —Venga te llevo —me dijo poniéndose detrás de mí. —No, hoy te llevaré yo, llegaremos antes —la invité a sentarse en mis piernas, aunque después de ofrecérselo me pregunté si sería buena idea. Después cuando recordase esa situación y su aroma a violetas lo iba a pagar caro de nuevo. —¿Estás seguro? No creo que sea buena idea —dijo preocupada. —Estoy acostumbrado, cuando era más pequeño a mi hermana la encantaba que la llevase, tengo práctica ¿sabes? Aunque hace mucho que no lo he vuelto a hacer —dije recordado como reía mi adorada hermana encima de mis rodillas mientras mi madre nos gritaba para que parasemos, que nos íbamos a hacer daño. —Bueno, entonces mejor lo dejamos para otro día que tengamos menos prisa. Agradecí en silencio que rechazara mi invitación. —Venga pues pongámonos en marcha, pero si no te importa vamos en paralelo no me gusta hablar con la gente sin poder mirarle cuando lo hago. —No te gusta que empujen tu silla —afirmó. —No, la verdad es que no me siento cómodo cuando lo hacen, ya es bastante duro tener que pedir ayuda para ciertas cosas, como también tener que hacerlo cuando puedo defenderme yo solo —me sinceré. Proseguimos el camino hacía el instituto hablando sobre las clases que teníamos ese día, de los profesores y de algunos compañeros de clases que para mi sorpresa coincidíamos en que varios de ellos, no nos caían bien a ambos. La mañana transcurrió entre clases y más clases, en los descansos no se dirigió a mí, ni yo tampoco a ella, estábamos cada uno con nuestro grupo, pero en varias ocasiones nos sorprendimos mirándonos y apartábamos los dos la vista avergonzados y con una tímida sonrisa. A la hora del almuerzo estaba yo solo, los demás después de comer su bocadillo se habían ido a jugar un partido de futbol, yo los miraba mientras corrían de un lado para otro dando patadas al balón, cuando se acercó por la espalda y me susurró: —¿Lo echas de menos? ¿Estás bien? —Ya no, es algo a lo que te acostumbras y es mejor hacerlo cuanto antes si quieres seguir adelante —la dije yo también casi en un susurro. —Es que te veía mirarlos y pensé que… —No, tranquila, los veo disfrutar sólo eso. Yo lo hago a mi manera cada vez que estoy dentro del agua. Por cierto hoy tengo entrenamiento después de la última clase, si quieres puedes venir y nadamos un rato juntos. —Oh no, no puedo, no he traído el traje de baño. —Eso no es problema, mientras dure el entrenamiento no podrás meterte en la piscina, por lo que puedes aprovechar e ir a casa a cambiarte, sería después cuando puedas nadar conmigo en el agua. —De verdad gracias, pero prefiero ser una simple observadora. Eso sí después, toca Sócrates. —¡Venga, no seas aguafiestas! Primero nos damos un baño y después seguro que entiendo mejor a ese señor. —En serio, no insistas, no me apetece —se negó tajante. —Ahh ya entiendo —dije con una sonrisa torcida. —¿El qué entiendes? —Me miró con asombro. —Estás en esos días y por eso no puedes meterte en el agua —afirmé aguantándome la risa. —¿Pero tú en que época vives? Aunque fuesen ciertas tus suposiciones, que no lo son —aclaró—. Las mujeres con la regla pueden bañarse —dijo con aire de suficiencia. —Entonces si no es por eso ¿por qué te niegas tan en rotundo? —pregunté avergonzado por la lección que me acababa de dar. —¡Eres insistente, eh! Pues no me apetece y no me apetece, listo, no hay más que hablar —me espetó con dureza. Era la primera vez que se mostraba tan seria conmigo y eso no me cuadraba. —¿Te ocurre algo? Lo siento no quería ofenderte, sólo pretendía que nos divirtiésemos un rato juntos en el lugar donde me siento más cómodo y quería compartirlo contigo. —Está bien, discúlpame no es por ti, es sólo… —dudó un momento antes de proseguir—. Que no sé nadar ¿contento? —Dijo bajando la vista hacia sus pies. —¿Qué no sabes nadar? —Pregunté asombrado, abriendo desmesuradamente los ojos—. ¡Yo te enseñaré!—. Exclamé al momento y sin pensármelo dos veces. —Oh no, no, no. Qué vergüenza, estar allí rodeados de gente mirando. —No digas payasadas, si supieras la cantidad de gente que va a aprender a nadar, incluso personas mucho mayores que tú. Por favor, será divertido, además así puedo corresponderte… tú me ayudas con los estudios y yo te enseño a nadar, es un trato justo —la expliqué con convicción—. No puedes negarte—. La sonreí para infundirla el valor que la faltaba. —De momento iré a verte y después desde allí vamos a la biblioteca a estudiar, ya me pensaré lo de las clases de natación. —Vale por hoy no insistiré más, pero pasado mañana tengo entrenamiento otra vez, así que no olvides traer lo necesario para después de las clases poder ir juntos. —Ya me lo pienso y te digo. —No hay nada que pensar, sólo imagina lo que vas a disfrutar. No pudimos continuar hablando porque el timbre sonó para volver a entrar en clase, ese día no volvimos a coincidir en ningún aula, al pertenecer a dos ramas